Hace unos días hice la carrera de mi vida, literal y metafóricamente hablando; mi segunda media maratón, la primera en Madrid, ésta de montaña en Hoyos del Espino (Gredos).

Seguro que como yo has escuchado, leído y utilizado en más de una ocasión la metáfora asociativa entre una carrera de fondo y la mismísima vida, pero no sé si también habrás tenido ocasión de apreciarla con consciencia, de darte cuenta que es evidente que estás presencialmente representando esa metáfora. A mi me ocurrió por primera vez participando en esta segunda media maratón que te contaba que hice hace unos días. ¡Muy fuerte! De verdad que hay ocasiones en la vida que ésta realmente te alucina.

A medida que avanzaba en el recorrido iba vislumbrando que la media maratón estaba siendo el espejo en el que aun no había tenido ocasión de verme reflejada con total nitidez; un espejo bonito que no me exhibía mi presente, nada de lo que había sido o de lo que seré, ni tampoco el recorrido de una vida entera sino que vi en él un presente constituido de años, formado por infinitos presentes imposibles de separar porque antes de que uno acabe ya ha comenzado el siguiente.

Como los buenos cuentos, todos tienen su historia, su moraleja, su metáfora, pues bien, en esta ocasión voy a contarte la mía por si encuentras en ella algo útil que te sirva y por supuesto para animarte a participar en alguna prueba atractiva y retadora para ti.

Hace una semana me vine a vivir a un pueblito de Gredos en el que pretendo pasar los próximos meses trabajando y disfrutando. A los pocos días de llegar me tropecé con un cartel en el que se anunciaba la IX media maratón por la naturaleza Me pareció no un planazo sino ¡El Plan! Pero claro, quedaban 3 días para el pistoletazo de salida y aunque físicamente estoy en forma y hago ejercicio prácticamente a diario, hacía más de 2 años que no corría. De primeras me pareció un poco locura hacerla sin entrenar y me dije: – Entrenaré para hacerla el próximo año.

Al día siguiente continuaba dándole vueltas a lo de apuntarme o no, yo quería pero…. solo cuando el plazo de inscripción se estaba terminando decidí apuntarme y que ya me ocuparía el propio día de la prueba de enfrentarme a ella. Fue en el momento de terminar la compra cuando desaparecieron las dudas, las cuestiones y demás y cuando en su lugar apareció la nerviosa emoción.

Llegó el sábado, 10:30 a.m y allí estaba, sola rodeada de gente en la línea de la salida. No llegábamos a los 400 corredores; igual te parece una cifra interesante pero para una carrera de este tipo te puedo asegurar que si no estás entre los 300 y pico preparados, en pocos metros corres más sola que la 1. Y éste es uno de los puntos interesantes de los que quiero compartir porque es realmente significativo en esta metáfora de vida.

No recuerdo con exactitud el momento en el que contemplé mi situación vital actual reflejada metafóricamente en el espejo de la carrera, creo que sucedió durante el kilómetro doce en un instante de completa inflexión en la prueba. La visión que tuve y la reflexión que hice a continuación me ayudaron sin ninguna duda a terminar la competición.

Por supuesto, hago el inciso de que lo de hacer tiempo no entraba en mis objetivos ni en mis expectativas, no era la carrera para ello, mi principal propósito era cumplir con el compromiso que había tomado al apuntarme, es decir, asistir, disfrutar de la oportunidad, calibrar mi capacidad física de carrera y dar el primer paso para incorporar de nuevo el hábito de salir a trotar con frecuencia en mi rutina semanal. Bien, aclarado, supongamos que lo del kilómetro doce es correcto y que ahí me encontraba yo, sola; era la primera vez que me encontraba en una prueba de éstas sooooola (¡qué duro!) y es con este reconocimiento como empezó mi reflexión.

Las nuevas etapas siempre comienzan soltando, desprendiéndonos o abandonando algo, por eso también es propio de estos inicios distinguir la incertidumbre, el miedo, el respeto, la desconfianza y al poquito la ilusión, la chisca, los nervios, las buenas vibras, formando un revoltillo de emociones que nos provocan subir y bajar, estar alerta y activos. De esta manera empezó hace un tiempo mi nuevo ciclo, con el mismo vértigo que cuando me planteé correr la media, con esa sensación de saber que era el momento de dar el paso, de abandonar aquellos pensamientos o motivos que por miedo frenaban mi valentía pero que al mismo tiempo sabía que tenía, que quería hacerlo. Y estaba sola tanto en un escenario como en el otro. Rodeada de gente pero sola y acompañada en esa línea de salida, en ese inicio a una nueva etapa, de amor, de personas que están conmigo, que me animan y que aunque en cuanto eche a correr dejaré de verlas van conmigo y las volveré a encontrar justo en los momentos decisivos (ptos de abastecimiento 5, 10 y 15 km). A partir de ahí, empieza la aventura, tengo claro mi propósito de vida de carrera pero está lejos y aunque desde la cama antes de salir crees que sea como sea será sencillo y fácil de conseguir, la realidad luego es otra, por supuesto mucho más objetiva y sufrida. Como te decía empezamos todos en masa, exaltados, adrenalina ¡a tope! y como por arte de magia todos los temores desaparecen en cuanto das la primera zancada, es brutal pero es así. Me sentía fresca, enérgica, capaz, incluso sobrada. Primer click hecho, estaba corriendo la media, estaba respondiendo a mi compromiso.

Km 2, adiós pelotón. Algunos te adelantan pero que sabes que en un ratito les vas a volver a ver, otros te siguen de cerca y algunos simplemente intuyes que están atrás pero ya ni les ves, sencillamente sabes que no eres la última y en esta ocasión eso para mí era un auténtico alivio, pues como en este momento de mi vida puedo sentirme ocasionalmente muy atrás pero cuando reconozco mi vida sin juzgarla ni compararla descubro que estoy en mi lugar, en el que sea, y que aunque sienta que no avanzo lo estoy haciendo, lo he hecho y siempre encontraré gente que estará detrás en ese momento, en esa circunstancia y no porque sean inferiores sino porque van al ritmo de su propio camino. Sea como sea en ese momento me siento feliz, me siento alineada, en mi eje, en equilibrio; mantengo una conversación interesante con cada célula, órgano y miembro de mi ser, en este momento somos uno y les necesito a todos ellos para aguantar, para estar presente, para disfrutar, para no lesionarme, para avanzar… y es una auténtica pasada como responden, empiezo a atender la soledad porque ya no veo gente ni delante ni detrás pero al mismo tiempo me encuentro acompañada 100%, y es de mí; y es el mismo sentir que he experimentado en muchas ocasiones al inicio de una nueva fase; es rico percatarse, acojona y empodera en la misma proporción. Todo iba rodando sencillo y en el km 4 primera pendiente pronunciada y larga, uufff solo llevo unos minutos corriendo y con buenas sensaciones pero ahí está la primera evidencia en el camino que te cuestiona tu capacidad por falta de entrenamiento, pero es pronto para empezar a desconfiar así que me enfrento a ella y le pido a mi cabeza que me acompañe, ella es mi talón de Aquiles, igual que en la vida el 80% de lo que creo poder hacer o no lo marcan mis pensamientos. Y ojo, que aunque mi cabecita estaba respondiendo bastante bien sucede algo que me descoloca por completo, nunca antes me había ocurrido (sucesos con los que no cuentas o que no tienes controlados, acéptalos, van a estar ocasionalmente ahí) los corredores que empezaban a aparecer en mi camino (por delante y por detrás) se empiezan a parar en la cuesta, a sustituir zancadas por pasos. ¡Noooooooo, horror! En este momento necesito gente que motive, que sume, que empuje, que acompañe, porque al final hay una parte muy gorda de nosotros que funciona así, células espejo; me adapto y replico lo que veo, lo que me abaza. Tuve unos cuantos momentos de debilidad de decir: – bueno, si ellos se paran que está justificado por la gran cuesta, yo también puedo hacerlo, pero de repente lo vi claro, creí que necesitaba alguien que reafirmara mis capacidades, mis decisiones, mis acciones, pero no era así, era falso, en ese momento yo tenía todos los recursos para continuar sin ayuda; tuve que ser fuerte de verdad te lo digo porque es muy fácil dejarse llevar por la comodidad, encontrar razones que justifiquen tu parada, tu procrastinación y a mí eso me resultaba muy familiar, de modo que confié en mí y pude subir la pendiente sin parar.

Estos momentos en el camino de la carrera o de la vida son los que te recargan de energía y te mantienen en pie hacia tu propósito. Son puntos clave para tatuar en la piel o archivar en los recuerdos y poder recurrir a ellos en los momentos más complicados. Superada la cuesta empecé a notar mi falta de hidratación y el calor, es el momento en el que esperas ansiosa la llegada al primer objetivo, siempre hay un objetivo a corto plazo es imprescindible para hacer el camino más liviano, para recompensarnos y felicitarnos pronto y animarnos a continuar, y sí llegó el kilómetro 5, y allí estaba mi primera satisfacción traducida en agua y gente desconocida pero amable y entregada que te anima, recupero un poco la frescura, la motivación y a seguir adelante. Durante los siguientes 5 km recuerdo lo que me conecté con el entorno, empecé a fluir, fue un espacio de tiempo en el que sentí que las cosas se iban asentando, que la decisión difícil de dar el primer paso ya estaba lejos, que empezaba a encontrar un sentido más tangible a todo. Pues así, con esa actitud y disposición continué hasta el km 10; esa distancia era la mínima que me había propuesto alcanzar, con ella me conformaba, lograda lo celebré y me tomé un momento para hacer balance de dónde venía, de dónde estaba, de los recursos que tenía, de lo que había alcanzado con confianza y desconfianza y desde ahí, abandonar era una opción, desde luego había sido una buena experiencia y me había dado tiempo a aprender muchas cosas y a descubrirme más, pero existía otra posibilidad: continuar. Quería dar el siguiente paso, ver hasta dónde era capaz de llegar. Sentía que no había llegado hasta el final y que aunque empezaba lo duro y que cada vez iba alejándome más de mi zona de confort, y que aparecían los miedos, los momentos difíciles, etc, tenía ganas de retarme. Y en ese instante de vacilación aparecieron mis «angelitos», esas personas que estuvieron conmigo en la salida y que siempre aparecerían en los momentos idóneos, cuando les necesitas, pues sí, hay estaban; otro chute de calor, cariño y apoyo; y en estos meses de “soledad” esos imprescindibles son los que te vuelven a hacer brillar.

Continúo fortalecida pero sólo unos cuantos cientos metros más, del 10 al 14 fue la “muerte”, ese periodo en que una ola te arrasa, te arrastra y te tumba, donde tus fuerzas se debilitan, donde te empiezas a cuestionar lo que haces, lo que quieres, el lugar en el que estás, donde empiezas a dudar de ti, la confianza se desploma, aparece el dolor de los recuerdos, de lo que se deja atrás, de los sueños… pues sí, esta circunstancia en mi momento vital se trasladaba al recorrido difícil, terreno inestable, soledad máxima, cansancio, pequeños dolores en las rodillas y tobillos, visión de futuro voluble, dudosa, lejana, inalcanzable. De repente, miro a mi alrededor y todo sigue siendo tan hermoso y bello que me sirve para contrarrestar los sentimientos y las sensaciones que me invadían. Me paro y lo acepto; es el momento en el que en la carrera de mi vida lo dedicaría a la introspección, a descansar, a soltar, a reflexionar, a nutrirme del exterior y aunque por lo dura que puedo ser conmigo, habría ocasiones en las que me culparía por “renunciar”, por “relajarme”, por aflojar básicamente el ritmo, etc. he aprendido que estos momentos son igual de importantes que los otros, pues si no paro, no llego ni a la meta de la carrera ni a mi propósito vital. Así que opté por escuchar a mi cuerpo, por ser ecuánime con mi realidad (no había entrenado nada para esta prueba), por aceptar que no iba a hacer la media maratón entera corriendo y que aunque era posible que al llegar al final hubieran quitado ya la meta, iba a disfrutar, a aprender y a estar conmigo. Ese momento, esa vivencia y el modo de experimentarla sólo me pertenecía a mí.

En el catorce me sentí algo recuperada y fortalecida y comencé de nuevo a trotar, un ritmo cómodo y constante que pudiera mantener el resto de kilómetros. Y a los 14 y poco, de nuevo mi chute emocional, ahí estaban para animarme, para prestarme apoyo en forma de barrita energética (que rechacé porque sólo quería agua, me quedaban 400 metros para saciarme) y acompañarme durante unos cuantos metros, enseguida como a un niño que le sueltas por primera vez de la bici continué corriendo sola. Entonces apareció una pareja que en los primeros kilómetros había tomado mentalmente como mis liebres, los había elegido como referencia y apoyo. En la vida me pasa igual, elijo a varios referentes de los que me nutro, aprendo, me reto, “compito” y empleo como sistema de medida a nivel muy general para calibrar cómo voy o cómo lo estoy haciendo. Me encantó encontrarme con ellos, bueno en esta ocasión fueron ellos más bien los que me encontraron a mí porque aparecieron por detrás. A partir del  kilómetro 15 nos fuimos ayudando y apoyando, algunas veces ellos tiraban de mí otras lo hacía yo. Y en uno de esos momentos, descendiendo por un camino inestable, lleno de piedras sueltas, arena, raíces de árboles, frenando con las rodillas y sintiéndolas vivas fue cuando me choqué con el espejo que me devolvía la metáfora entre mi proceso presente vital y la carrera que estaba llevando a cabo. Fue una especie de revelación, pero en medio de ese sentir físico, del goce visual del que estaba disfrutando porque el entorno era increíblemente precioso, percibí ese paralelismo. Fue algo completamente revelador, estuve segura que esa comprensión se iba directa a mi caja de herramientas de vida; podría recurrir a esta experiencia deportiva cuantas veces necesitara y quisiera. ¡Fue brutal y precioso!

Inicié un recorrido desde ese kilómetro 15 hacia atrás dándole sentido a cada metro que había transitado. A partir de ahí, los 6 km que me quedaban los hice con la misma actitud que los anteriores más con la consciencia de la visión del espejo y resultó ser una auténtica experiencia; y de nuevo tan real como la vida: cuando aumenta tu consciencia creces tú de manera exponencial, y con ello tus recursos, tus sentidos, tu confianza, tus sueños… Pues te cuento que del 15 al 20 sin duda fueron los mejores kilómetros de toda la media, los corrí con más dolor que los anteriores pero con mucha más facilidad y goce, me sentía plena y super satisfecha, estaba segura que ahora sí era capaz de acabar la carrera.

Aún no estoy en el kilómetro veinte de mi nueva etapa pero confío plenamente en que la alcanzaré porque ya lo he vivido y sé que he podido y puedo hacerlo. El último kilómetro lo hice en marcha prácticamente entero, en este punto ya no me quedan adjetivos para describir la pendiente final de carrera, algo brutal. Pues sí, un final difícil pero con recursos lo superé, pude incluso desprenderme y dejar atrás a «mis liebres», a lo que en la vida real sustentaban en alguna medida mi autoconfianza; ya no les necesitaba, podía terminar lo que había empezado sola. Me deje caer corriendo feliz los últimos cien metros para cruzar la meta que aún seguía ahí, para mi sorpresa. No necesité a nadie aplaudiendo «mi victoria»; una gran sorpresa porque siempre me imagino un final con reconocimiento y hasta entonces creí que realmente lo necesitaba pero no fue así, pues mi satisfacción personal lo completaba todo. Después de unos minutos, reducida la euforia y el cansancio, tirada estirando y liberando gratitud por cada poro de mi piel, les vi, «mis ángeles» ¡claro que iban a estar! fue bonito compartir y disfrutar con ellos después de haberlo hecho sola y de haber podido enorgullecerme de mí misma por mí misma; el resto fue un regalo extra.

Así termino mi historia. Creciendo. Aprendiendo a ser paciente, entendiendo que las cosas no suceden al instante, ni resultan a la primera ni inmediatamente. Confiando en lo que veo, en lo que intuyo, en lo que siento y en lo que no veo. Celebrando y felicitándome por atreverme, por avanzar con miedo, por responder al compromiso que había tomado, por permitirme ser vulnerable y amable conmigo, por haber encontrado la manera de terminar la carrera y demostrarme que podía hacerlo, por haber sido mi mejor compañía.

Para terminar, recojo una frase de Lao – Tse que considero que sintetiza de manera impecable el post de hoy:

“Cuando dejo de ser lo que soy, me convierto en lo que podría ser”.

Me encantaría que compartieses la metáfora de tu vida, para aprender de ella contigo.

Se feliz con todo : )